En este artículo quiero hacer un pequeño homenaje a todas aquellas familias de feriantes que fueron parte de la historia de nuestro pueblo y hoy forman parte de su memoria.
Cuando aún la feria se celebraba entre la calle Hernán Cortés y el llano que separaba de los barracones, ya venía con su mesa a vender turrones Plácida Cáceres Murillo, hermana de Rafael Cáceres Murillo uno de los primeros 40 colonos que en 1948 había llegado a los barracones con su esposa y sus tres hijos. Desde Castuera se desplazaba Plácida con su mesita que colocaba en la calle donde vivían los peritos, corría el año 1951.
Desde que comenzaron a organizarse ferias, las casetas de turrón eran las que primero acudían. El turrón y las frutas escarchadas eran golosinas que solo se comían en esas ocasiones especiales. Más adelante serían sus hijos Enrique y Manolo los que pondrían la caseta en la plaza de España, pero sería Manolo el que más tiempo permanecía en nuestro pueblo, con su esposa y sus hijos se quedarían a pasar el año. La caseta, hecha de tela, ni tan siquiera lona, era su vivienda habitual y allí habitaba la familia. Cuando hacía mucho frío o había tormentas iban a dormir a casa de su tío Rafael, la mujer y los hijos, pero Manolo pernoctaba allí para proteger lo poquito que tenían, según cuenta Cándida Cáceres, prima de Manolo y vecina de Valdelacalzada. Con el tiempo sería la hija de Manolo, Plácida y su esposo Eduardo, los que se quedarían con el negocio y aún en las últimas ferias celebradas los hemos podido ver en la calle La Puebla, regentando un negocio que con los años han ampliado complementándolo con la venta juguetes.
Cándida con sus hermanos y su familia de Castuera dedicada a la venta de turrón.
Otra familia de Castuera que vino desde el principio y cada año, fue la de la señora Joaquina Domínguez, hermana de la señora Manuela Domínguez, colona de Valdelacalzada. Debido quizás a que familiares suyos habían emigrado a Valdelacalzada en los primeros años de la Colonización, este pueblo fue para ellos un lugar de referencia. Todos los vecinos conocemos a dichas familias que de generación en generación han acudido a su cita en las ferias de San Isidro y del Pilar. Es habitual ver su caseta en la calle La Puebla, frente a la panadería.
En el año 1964, cuando yo tenía 7 años, vinieron a pasar la feria de octubre una familia de caseteros. El matrimonio lo componían Remedios y Juan, procedentes de Plasencia. Regentaban una caseta de color azul que colocaron enfrente del cine en la calle de la Puebla y en ella vendían diversas cosas, pero lo más atractivo eran las manzanas de caramelos. Aquella caseta levantaba las ventanas hacia arriba ofreciendo un mostrador lleno de golosinas, también vendían tebeos y revistas. Tenían un hijo mayor adoptado porque recién casada Remedios no quedaba embarazada y sentía mucha pena, pero una vez pasado el tiempo comenzó a concebir y tuvo un hijo detrás de otro hasta un total de seis. La mayor se llamaba Carmen y las otras niñas eran Violeta y Remedios. Cuando pasó la feria se quedaron a pasar el invierno aquí y nosotros que vivíamos en la calle san Pedro, tan cerca de ellos, nos hicimos amigas. Escolarizaron a las niñas y pasaron varios años. Mis hermanas las mayores eran amigas de Carmen. Era una familia muy emprendedora. Carmen comenzó a trabajar enseguida en Valdelacalzada sirviendo en casa de un empleado de Colonización. A mí me impresionaba ver cómo podían vivir en una caseta tan pequeña una familia tan grande. Pero no debieron irles muy bien las cosas porque el camión que traían se lo embargaron y se quedó como lugar de juegos para los niños del barrio cuando ellos se marcharon porque nunca vinieron a recogerlo.
Carmen, en el centro, en la feria de Valdelacalzada en 1965 en una becerrada organizada con motivo de las fiestas de octubre.
La familia Cubero a los que se les conocía con el apodo de “los Tachines”, formada por varios hermanos que se habían ido independizando al contaer matrimonio y crear nuevas familias regentaban distintas atracciones de feria: El tren de los escobazos, el carrusel y casetas de tiro. Antonio Cubero y su esposa Geni acudieron a las fiestas de aquel octubre de 1968 con su Tren del miedo y aquí permanecieron durante un largo periodo de tiempo. Geni, compró una máquina de tricotar y se dedicó a hacer jerseis por encargo para los vecinos. Aquello fue una novedad, el éxito fue rotundo, para la gente resultaban más elegantes que los hecho a mano y más modernos.
En los aledaños del cine, donde había estado su atracción colocaron la caseta que les serviría de vivienda durante varios años. Geni era una mujer muy alta con el pelo muy rubio, parecía nórdica. Llamaba la atención por su atractivo y su forma de vestir, muy diferente a la de la gente del pueblo. Tuvo varios hijos muy rubios y guapos que eran la admiración cuando los veíamos pasar.
En la fotografía Geni y Antonio a la derecha en la boda de mi hermana Pilar.
Pero los feriantes por antonomasia de Valdelacalzada eran el Titi y su familia. Comenzaron a venir en los años 60. Valerio, el padre, era un señor grande con tatuajes en los brazos,y con uno de ellos inutilizado por lo que le llamaban “el manco”. Laboriosamente, preparaba aquellos pinchitos que eran un primor, junto con su esposa Guillerma en una modesta caseta a la vista de todos los clientes. Cada año, en ambas ferias colocaban su caseta en la calle de La Puebla, primero cerca de la plaza y más adelante frente al cine. En los años 70, sin embargo, la familia permaneció durante varios años haciéndose cargo de la recién construida cafetería Las Vegas situada en la plaza de España donde posteriormente y hasta el presente año ha permanecido el banco de Santander. La Familia Iglesias, que así se apellidaba, procedía de Trujillanos. Llegaron incluso a comprar una casa de la primeras que se hicieron en nuestro pueblos en los años 70
Anuncio publicado en el periódico Hoy correspondiente a la feria de octubre de 1971.
Con el tiempo volvieron a su caseta pero fueron su hijo Titi y su nuera Juliana los que continuaron regentándola. Todos les saludaban con afecto cuando pasaban y les veían montar aquella caseta, los primeros años, y poner su roulotte junto a ella en los años posteriores cuando la familia creció. No había pinchitos morunos mejores que los elaborados por esta familia, una receta que pasó de padre a hijo y que jamás revelaron a nadie¿ Cual era su secreto? Materia prima de buena calidad, fresca, que compraban en las carnicerías locales, una limpieza exquisita y la familiaridad con que trataban a los clientes. La familia sufrió una enorme desgracia, la muerte de cuatro familiares en un accidente de tráfico y Valdelacalzada vivió el acontecimiento como si de sus propios vecinos se tratase. En el recorrido por las diferentes ferias de la provincia el último destino era siempre Valdelacalzada por lo que su caseta, primero, y su roulotte, más tarde permanecía durante meses aparcada en alguna de nuestras calles. En la fotografía cedida por Vitoriana Teno podemos ver a su hijo Hernando con Willi, el hijo del Titi.
En aquellos tiempos, los caseteros llegaron a formar parte de nuestra cotidianidad, los sentimos como vecinos de nuestro pueblo y como tal los recordamos.